A finales del siglo XIX, Henri Viaux, un joven parisino, quiso escapar.

¿Escapar de qué? Te preguntaras.

Bien, te cuento:

Henri vivía en el bohemio barrio de Montmartre,

¿Montmartre?

¿Has visto la película de Amelie?

Pue allí, pero en el siglo XIX

La cuna del impresionismo, vaya.

Un barrio en pura ebullición. Muchos lo darían todo por haber vivido allí en esa época,

pero Henri sentía que la vida urbana lo asfixiaba.  

Mientras sus amigos se entregaban a la vida nocturna y al bullicio de los cafés, él siempre había sentido una atracción inexplicable hacia lo natural y lo desconocido.

¿Un tipo raro?

Quizá,

Algo dentro de él le empujaba a buscar, no sabía qué, pero se atrevió a dar el paso.

Un día de primavera, decidió aventurarse más allá de los muros de París.

Se dirigió hacia los Alpes, atraído por la majestuosidad de las montañas que había visto en las viejas pinturas.

Al llegar a Chamonix, se dio cuenta de que las montañas no eran simplemente paisajes;

eran una llamada.

La magnitud de aquellas cumbres lo invitaba a caminar, a descubrir y,

sobre todo, a perderse en ellas.

Comenzó a caminar sin rumbo, siguiendo senderos que los aldeanos usaban para cruzar los valles o llevar el ganado a pastar. A medida que ascendía, notaba como el ruido de la civilización se desvanecía.

Pronto, esa sensación de libertad se convirtió en una adicción.

Las caminatas se hicieron cada vez más largas, más desafiantes. No había mapas; solo su intuición y la necesidad de explorar.

Durante esas primeras excursiones, Henri descubrió algo que cambiaría su vida para siempre:

caminar en la montaña no era solo una actividad física, era una forma de meditación,

un viaje interior.

Allí, entre picos y valles, el tiempo parecía detenerse. Cada paso era un avance no solo hacia la cumbre, sino hacia un estado de paz y conexión con la naturaleza.

Al regresar a París, Henri no podía dejar de hablar de sus caminatas.

Decidió organizar pequeñas expediciones con sus conocidos, llevándolos a las colinas y bosques cercanos.

Pronto, sus caminatas se convirtieron en una moda entre la clase intelectual parisina.

Fue en una de esas salidas cuando Henri tuvo una idea:

¿por qué no crear una actividad para todos aquellos que, como él, buscan escapar del caos de la ciudad y reconectar con la naturaleza?

Así nació el senderismo,

una forma de caminar libre, sin la presión del alpinismo extremo,

pero con el mismo espíritu de exploración y descubrimiento.

Henri Viaux pasó el resto de su vida promoviendo el senderismo, convencido de que cada persona, sin importar su condición,

debía sentir la libertad que él había experimentado en las montañas.

Fundó los primeros clubes de senderismo en Francia y diseñó las primeras rutas marcadas.

Su legado se extendió por toda Europa y, con el tiempo, por el mundo.

Lo que comenzó como un simple paseo por los Alpes se transformó en un movimiento global y una forma de vida.

 Así fue como Henri Viaux «inventó» el senderismo.

¿Lo quieres descubrir tú?

SENDERISMO GUIADO EN MADRID

Si te quieres venir de ruta es en el enlace de arriba.